La adoración del Toro, como animal sagrado era común en el mundo antiguo. Su fuente de conocimiento viene de Egipto, y luego pasó a los pueblos de la Mesopotamia Antigua y la Grecia Helenista y, a partir de esta, a la civilización romana.
En las culturas neolíticas del Mediterráneo y Próximo Oriente, el toro ocupó un lugar importante en la progresión de la humanidad. Tanto el nómada como el sedentario conviven de cerca con este animal, que se agrupa a su lado y del cual el hombre, muchas veces, depende para su supervivencia que dependía de las cosechas, de la abundancia de ganado y de los brazos disponibles para el trabajo. Por ello aprende a conocerlo bien y a representarlo, identificándolo con la virilidad y la procreación en la naturaleza. Los objetos sagrados, ya sean animales, plantas, lugares u objetos no se veneran por sí mismos, sino que se les considera sagrados porque revelan la realidad última o porque participan de ella.
Durante la Edad del Bronce, el culto al toro alcanza su mayor desarrollo, difundiéndose por todo el Mediterráneo; en zonas como el Egeo tuvo un gran arraigo, especialmente en el mundo cretense, donde este animal aparece ligado a cualquier manifestación de la vida monoica. En ella, cobra especial relieve la práctica de juegos taurinos, de significado religioso, en los que los jóvenes de ambos sexos, hacían ejercicios acrobáticos sobre un toro, que precedían a su sacrificio, cuya sangre debía fecundar simbólicamente la tierra.
Un aspecto importante del culto taurino, es su asociación con la Diosa-Madre, importante divinidad femenina de las primeras civilizaciones del Próximo Oriente y del Mediterráneo, que perdurará durante muchos siglos. Esta divinidad, señora de la naturaleza y poseedora del don de la fecundidad universal, aparece ligada al toro, elemento representativo de la fuerza masculina; la unión entre ambos servía para renovar el eterno ciclo de la vegetación.
EL TORO EN LA CULTURA TALAYÓTICA
El frecuente hallazgo en los santuarios talayóticos de representaciones de toros, realizadas en bronce o barro, como las magníficas piezas de Costitx, estatuillas y cuernos sueltos o rematados por cabecitas de este animal y en algunos casos por una paloma (emblema de la diosa Tanit), atestiguan la importancia del culto a una divinidad taurina, durante la fase final de la cultura talayótica.
Esta deidad simboliza el vigor físico y está ligada a creencias protectoras de la fecundidad y a ritos astrales de carácter mágico. Relacionadas con su culto, se encuentran unas pequeñas esculturas de bronce, de guerreros desnudos, con yelmo y lanza, que encarnan a una divinidad guerrera, de origen oriental (Reshef Melkart o Mars Balearicus), difundida por el Mediterráneo, y reflejo del poder y la virilidad.
En el interior de los santuarios, se han encontrado huesos y cenizas de sacrificios de animales, depositados en recipientes de barro, colocados en el suelo o junto a las paredes; también aparecen otros objetos y vasijas cerámicas que se dejaban como ofrendas; algunas de ellas son de época romana, lo que indica la perduración y vigencia de estas prácticas religiosas de origen semita en los primeros siglos de la romanización.